En la cadena que recorren los alimentos desde su origen hasta el consumidor final, existen factores que, aunque invisibles a simple vista, son fundamentales para asegurar su inocuidad. Entre ellos, la logística del frío representa una barrera sanitaria silenciosa, pero efectiva, clave para evitar brotes de enfermedades transmitidas por alimentos y preservar su calidad nutricional.
La seguridad alimentaria no inicia en los puntos de venta. Comienza desde que los productos son cosechados, procesados o empacados. En ese momento, los alimentos perecederos ya requieren condiciones térmicas precisas que eviten la proliferación de bacterias. Una desviación mínima en la temperatura puede comprometer su estado, aunque visualmente parezcan en buen estado.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), 600 millones de personas en el mundo enferman cada año por consumir alimentos contaminados y más de 420 mil mueren por causas relacionadas con enfermedades transmitidas por los alimentos. Estas cifras evidencian la importancia de fortalecer cada eslabón de la cadena logística.
Este sistema de refrigeración especializada actúa como una medida de higiene preventiva, que recorre cada etapa logística: desde el almacenamiento hasta la distribución final. Su impacto es tan significativo que, según organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), una cadena de frío eficiente puede reducir el desperdicio alimentario global en un 12%, al tiempo que garantiza productos más seguros y nutritivos para el consumidor.
La tecnología ha sido un aliado estratégico en esta misión. Hoy contamos con empaques calificados capaces de mantener la temperatura interna por hasta 120 horas, incluso sin refrigeración activa. Estos sistemas no solo reducen las pérdidas por fallas térmicas, también permiten el monitoreo continuo de variables como temperatura y humedad, gracias a sensores integrados. Todo esto optimiza la logística, incluso en trayectos largos o con infraestructura limitada.
En un mundo globalizado, donde los productos frescos viajan miles de kilómetros antes de llegar a nuestros hogares, la cadena de frío se convierte en una necesidad ineludible. Más aún en contextos donde las condiciones climáticas extremas o la falta de infraestructura aumentan los riesgos.
Hablar de higiene alimentaria implica reconocer no solo las prácticas visibles del consumidor, sino también esas soluciones logísticas que operan en silencio. La refrigeración controlada, los empaques especializados y los sistemas de monitoreo no son solo innovaciones técnicas: son herramientas esenciales para proteger la salud pública.
La cadena de frío debe ser vista como lo que es: un eslabón crítico que contribuye a la prevención, desde el primer kilómetro del trayecto hasta el último punto de entrega. Su correcto funcionamiento es, sin lugar a duda, una garantía de higiene que merece reconocimiento.
Este contenido apareció por primera vez en Grupo T21.
Conoce más contenido del autor en Grupo T21.